#Fukushima: un año después

El viernes 11 de marzo de 2011 a las 14:46 hora local, un terremoto de magnitud 9 Mw en la costa japonesa del Pacífico provocaría un tsunami que 45 minutos después inundaría la central nuclear de Fukushima-Daiichi, desencadenando la catástrofe que puso fin al paradigma de la “seguridad nuclear”.

En el país más preparado del mundo frente a perturbaciones naturales, una combinación de estas junto a fallos institucionales y mecánicos, provocó un desastre nuclear de magnitud similar a Chernobyl. Como consecuencia de la incapacidad de refrigerar los reactores, las enormes explosiones de hidrógeno reventaron todas las barreras diseñadas para evitar que la radiación alcanzara poblaciones y medio natural. Por si fuera poco, la inoperatividad de los planes de emergencia frente a catástrofes nucleares, expuso muchas vidas humanas a los efectos de la radiactividad.

 

Un año después, el desastre no ha hecho más que comenzar. En un país superpoblado, cientos de kilómetros cuadrados han pasado a ser un desierto demográfico y una zona inhábil para la vida tal y como la conocíamos. El desalojo, realojo o desplazamiento de personas es un drama solo superado por las pérdidas humanas. Las generaciones venideras sufrirán la pérdida de identidad y oportunidades en la costa noroccidental de Japón. Durante las próximas décadas, las pesquerías permanecerán degradadas como consecuencia de los escapes de agua radiactiva, de la misma manera que la tierra antes cultivable quedara inservible y contaminada.

 

A la crisis ambiental y social se suma el coste económico del desastre de Fukushima, según el informe de Greenpeace Lecciones de Fukushima, entre 500.000 y 650.000 millones de Dólares.

 

El debate en torno a la energía nuclear ha ocupado las portadas de medio mundo tras el desastre de Fukushima. En el horizonte, se intuye un modelo energético que pasará a prescindir de la energía nuclear. En Japón, tan solo 2 reactores de los 54 instalados continúan en funcionamiento. Alemania ha dado un giro radical a su política energética y en 2022 darán fin a su actividad atómica, convirtiéndose en la primera potencia industrializada en dejar la energía nuclear. En España, sin embargo, se está volviendo a apostar por esta tecnología, o eso se desprende de las últimas decisiones del Gobierno: fijación del ATC en Villar de Cañas, alargamiento de la vida de la central de Garoña y moratoria a las energías renovables

Si una conclusión debemos sacar en claro es la necesidad de cambiar nuestro modelo energético y productivo para solucionar las crisis a las que nos enfrentamos. En la naturaleza, los ecosistemas funcionan como ciclos cerrados de energía donde no tiene cabida la palabra residuo. El desecho de un proceso u organismo es siempre utilizado por otro proceso u organismo como nutriente, material o fuente de energía. Solo el ser humano en su metabolismo industrial es capaz generar residuos, lo que condiciona nuestro progreso y bienestar así como el del resto de especies. Como señala Gunter Pauli en su libro La economía azul: “La economía no se está desmoronando sólo por la desintegración de los mercados financieros y su mítico flujo de dinero. Nuestra economía está en apuros porque nuestro mundo material funciona sobre la base de recursos físicos de los que no disponemos y de residuos que no tenemos donde esconder.”

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